Dentro de los espesos bosques nublados de los Andes que contactan con la humanidad, un habitante desapercibido, quieto y expectante, espera a su victima, sin usar colmillos.

En una tarde planeada para ir a “echar monte” y después de la despedida habitual de los mas ancianos, brota una advertencia para los caminantes: “no se le olvide saludar al compadre Pedro, no vaya a ser que lo pique”. Adentrados en la montaña, y al cabo de unas cuantas horas de andar, el siguiente paso en la agenda del día era bajar ramas para coleccionar e identificar a los viejos arboles.
Como de costumbre, alistamos nuestra desjarretadora (la cortadora de ramas) y luego de eso, buscamos la mejor posición para dejarlo caer sobre las ramas mas interesantes, trazamos una ruta para poder izar la tijera hasta nuestro primer objetivo y luego dejarla caer lentamente en las ramas de los individuos aledaños.
Mi compañero y yo eramos hasta entonces un par de botánicos inexpertos desconcertados en las colinas de Fusagasuga, y aprendiendo de las plantas de estas zonas. Conocíamos de “Pedro Hernandez”, de oídas, como quien escucha la historia de un personaje bastante conocido, pero temido.
Hasta aquí, el lector ya podría llegar a la conclusión de que no hablamos de una persona; no, se trata de un árbol, hablamos específicamente de la especie: Toxicodendron striatum; una especie de árbol nativo de regiones templadas andinas, correspondientes a las zonas entre los 1000 y los 1800 msnm.
Luego de cortar y de recibir en sus manos la primera rama, a mi compañero le cayó una pequeña gota hialina de sabia en el dedo pulgar de su mano derecha. No basto mucho tiempo para empezar una reacción agobiante; primero, una ampolla del mismo tamaño de la gota brotó casi instantáneamente, quemando y levantando la piel en una reacción desesperante de escozor. La reacción fue escalando, hasta el punto de causar una rasquiña desesperante.
Esa misma tarde, y mientras bajamos de nuestra agotadora jornada, estabamos preocupados, porque el brote de ampollas se había desplazado a la espalda de mi compañero, y este se encontraba bailando de la ansiedad y el dolor. Mientras buscábamos desesperados alguna respuesta para aquella reacción, revisábamos las muestras vegetales colectadas, y dentro de ellas se encontraba aquel primer individuo, quemándose a si mismo con su sabia caustica, hasta quedar oscuro.
Conocimos en infortunio a este árbol, pero en la noche de ese mismo día, un campesino de la vereda donde acampamos, reconoció la espeluznante reacción, y acudió prontamente a recolectar su remedio. No cabíamos de la sorpresa, cuando este hombre llego hacía nosotros, cargando un puñado de ramas conocidas, mientras exclamaba: “Acá les traigo el contra”. En su mano había traído consigo hojas y frutos del Cucharo, otro habitante del bosque con carácter mas noble que el Pedro. Myrsine guianensis & Myrsine coriaceae, son dos especies similares y nombradas de igual forma en diferentes regiones de Colombia, por su uso en la industria artesanal de cucharas y cucharones.
Esa noche mi compañero, agobiado por la alergia, recibió con ilusión el remedio de nuestro anfitrión. Bañándose minuciosamente mientras aplicaba puñados de hojas maceradas sobre sus ampollas y quemaduras, logró detener la reacción alérgica, y pudo dormir tranquilo.
Después de esta experiencia, y cada vez que veo a otro Cucharo, no dejo de recordar la angustia de mi amigo y de la sabiduría del campo, con admiración y respeto hacía estos seres ocultos y desapercibidos, que logran lastimarnos en su quietud, y sanarnos con inocencia.
Me alegra saber que en la Reserva Botánica Choachi abundan los contras, abundan los Cucharos y no hay Pedro Hernandez.
Nicolas Vargas
Nicolas Vargas- Biólogo, botánico y ecólogo, residente creativo de la Reserva Botánica Choachí. Viverista investigador, restaurador de hogares para habitantes silvestres, fabricante de fermentos y destilados, cultivador de setas, ungüentario, “sonsonetero del habla, querendon de las maticas, cerrero como una cabra”. Twitter: @JumentoVirola